
Ante esa actitud, bastante frecuente de dar solo consejos cuando alguien nos pide dinero, es perfectamente posible, que se pronunciara, aquel que más tarde sería Emperador del Sacro Imperio Romano. Es desde luego bastante acertada la expresión, que sin duda posteriormente, alcanzaría éxito.
Se trataba de aquel muchacho de 17 años, desgarbado, flaco y feo que llegaba en la madrugada del 19 de Septiembre de 1517, y precisamente por una tempestad a un perdido puerto de la costa asturiana a reclamar la herencia de sus abuelos maternos.
Solo eso nada más, pero también nada menos, que los reinos de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Las Dos Sicilias y Cerdeña, además de los inmensos territorios que se estaban descubriendo en América, un verdadero Imperio. Con su madre recluida en Tordesillas, y enajenada mentalmente sin posible solución. Traía en su corte de “borgoñones”, es decir “flamencos”, consejeros, asesores, y ministros procedentes de los territorios ahora llamados Países Bajos, que lo son exclusivamente, por la catadura moral de sus gentes, y no como se considera por su situación con relación al nivel del mar.
Llevaba muy poco tiempo aquí, y recibió la herencia de sus otros abuelos, los paternos. Podía entonces ser Emperador del Sacro Imperio Romano, es decir de prácticamente toda Europa, pero naturalmente era muy caro, había que “remunerar” el voto de los electores alemanes, aunque Francia ya, también lo hacía.
Requirió dinero a todo el mundo, hasta a los prestamistas, que le atendieron, y que por ello tienen una calle en Madrid: Fucar. Pero las gentes de entonces, sin cobrar por ello, no estaban muy dispuestas a satisfacerlo, ni en Castilla los comuneros, ni en Valencia los agermanados.
Aunque él machaconamente siguiera repitiendo aquello de: Dinero pido, y no consejos…
¿Parecería natural que sea este el origen de la expresión que ha llegado hasta nosotros?, ¿Verdad?